Vol. 27 - Num. 107
Colaboraciones especiales
Meritxell Fernández Laffittea, Joaquim Puntí Vidalb, Marina Esteve Cerdác, Berta Vilaseca Garcíaa, Rebeca Gracia Lisod
aPsicóloga clínica. Consorcio Corporación Sanitaria Parc Tauli. Sabadell. Barcelona. España.
bPsicólogo clínico. Universidad Autónoma de Barcelona. Consorcio Corporación Sanitaria Parc Taulí. Sabadell. Barcelona. España.
cPsiquiatra infantojuvenil. Consorcio Corporación Sanitaria Parc Tauli. Sabadell. Barcelona. España.
dPsiquiatra infantojuvenil. Coordinadora Planta de Hospitalización Psiquiátrica Infantojuvenil. Consorcio Corporación Sanitaria Parc Tauli. Sabadell. Barcelona. España.
Correspondencia: M Fernández. Correo electrónico: mfernandezla01@tauli.cat
Cómo citar este artículo: Fernández Laffitte M, Puntí Vidal J, Esteve Cerdá M, Vilaseca García B, Gracia Liso R. Malestar emocional y conducta suicida en la consulta de Atención Primaria: manejo práctico en adolescentes . Rev Pediatr Aten Primaria. 2025;27:299-307. https://doi.org/10.60147/6070d2e5
Publicado en Internet: 27-08-2025 - Número de visitas: 2955
Resumen
En los últimos años, especialmente tras la pandemia por COVID-19, se ha reportado un aumento generalizado de la sintomatología ansioso-depresiva, las autolesiones no suicidas y las conductas suicidas en la población adolescente. Este manuscrito revisa la situación actual en España en relación con esta cuestión desde una perspectiva contextual, clínica y práctica, integrando datos epidemiológicos recientes, factores de riesgo individuales y sociales, así como modelos explicativos relevantes. Además, se realiza una diferenciación conceptual de los fenómenos “autolesiones no suicidas”, “ideación suicida” y “tentativa autolítica”, proponiéndose estrategias de intervención específicas para su manejo en el ámbito de la Atención Primaria pediátrica. La finalidad es ofrecer una guía útil, práctica y basada en la evidencia para detectar precozmente estas conductas y mejorar la respuesta asistencial en entornos sanitarios de primera línea.
Palabras clave
● Adolescente ● Autolesión no suicida ● Ideación suicida ● Salud mental ● Trastornos mentalesLa adolescencia es una etapa de transición compleja entre la niñez y la adultez, caracterizada por intensos cambios físicos, psicológicos, emocionales y sociales. Estos procesos, influenciados por factores biológicos como los cambios hormonales y por determinantes socioculturales, configuran un periodo crítico para la construcción de la identidad, la autonomía y el establecimiento de vínculos significativos.
A nivel psicosocial, los adolescentes enfrentan presiones crecientes relacionadas con el rendimiento académico, la imagen corporal, la aceptación social y las expectativas familiares. La percepción de fracaso en estos ámbitos puede generar sentimientos de insuficiencia, frustración o desesperanza. No obstante, esta misma complejidad convierte la adolescencia en una fase especialmente vulnerable al malestar emocional.
En los últimos años, diversos estudios han alertado sobre un incremento preocupante de los problemas de salud mental en la población adolescente, con una especial prevalencia de los trastornos del estado de ánimo, las autolesiones no suicidas y las conductas suicidas1,2.
Comprender este fenómeno implica considerar no solo los factores individuales, sino también el contexto sociotecnológico actual. La generación adolescente actual ha crecido en un entorno digital intensivo, donde las redes sociales ocupan un lugar central en la socialización y en la construcción de la autoimagen. Estas plataformas, si bien pueden ofrecer espacios de expresión y apoyo, también promueven dinámicas que inciden negativamente en la salud mental.
Entre ellas se encuentran la idealización de estilos de vida inalcanzables, la presión por la validación externa, el fomento del hiperconsumo y, en algunos casos, la banalización o incluso romantización del sufrimiento psicológico. Aunque no son la única causa, las redes sociales constituyen un factor ambiental con gran peso en el desarrollo emocional de los adolescentes3,4.
En este contexto, se hace imprescindible una respuesta multidisciplinar y coordinada. Dentro del sistema sanitario, la Atención Primaria pediátrica desempeña un rol estratégico. Por su cercanía, continuidad asistencial y conocimiento del entorno familiar y escolar, los y las pediatras están en una posición privilegiada para detectar precozmente signos de malestar emocional, iniciar intervenciones tempranas y orientar adecuadamente a las familias5.
Este artículo tiene como objetivo ofrecer un marco teórico y práctico, basado en la evidencia científica y en la experiencia clínica, que facilite a los profesionales pediátricos herramientas para el abordaje integral del malestar emocional y la conducta suicida en la adolescencia.
Es fundamental diferenciar entre la autolesión no suicida y la conducta suicida ─que incluye tanto la ideación autolítica como la tentativa suicida─, ya que, aunque pueden estar relacionadas, se trata de manifestaciones con características, niveles de riesgo e implicaciones clínicas claramente distintas.
La autolesión no suicida (ANS) consiste en provocarse daño físico de forma deliberada (como cortes, quemaduras o golpes) sin intención de morir. Aunque no conlleva un deseo suicida explícito, su recurrencia se asocia con un mayor riesgo de desarrollar conductas suicidas en el futuro, por lo que requiere una evaluación cuidadosa y una intervención adecuada.
La evidencia sugiere que la ANS funciona como una estrategia de afrontamiento desadaptativo ante el malestar emocional sentido. Puede tener una función intrapersonal, ayudando a regular emociones intensas o aliviar estados de angustia interna, o bien una función interpersonal, actuando como una forma de expresar el sufrimiento, influir en el comportamiento de otros o afirmar la identidad personal dentro del grupo de iguales.
Es un término paraguas que engloba un amplio espectro de pensamientos y comportamientos relacionados con la intención de acabar con la propia vida. Incluye desde la ideación suicida hasta las tentativas y el suicidio consumado. La conducta suicida no es un diagnóstico en sí mismo, sino un fenómeno clínico que puede presentarse en distintos trastornos, aunque también puede aparecer en ausencia de patología de salud mental clara.
Hace referencia a los pensamientos, deseos o planes relacionados con la propia muerte o con la idea de suicidarse. Puede variar en intensidad, desde pensamientos pasajeros sin intención real de actuar, hasta la elaboración de un plan concreto con intención de llevarlo a cabo. Su presencia debe considerarse siempre un signo de alerta que requiere una evaluación cuidadosa, aunque no implique necesariamente una acción inmediata.
Se trata de una acción autoinfligida con la intención de morir, que no llega a resultar en el fallecimiento. La tentativa puede haber sido detenida por factores externos (como la intervención de otra persona) o por una decisión propia de no continuar. A diferencia de otros comportamientos autolesivos, la tentativa suicida incluye de forma explícita la intención de poner fin a la vida.
Este manuscrito se basa en una revisión narrativa sustentada en fuentes científicas nacionales e internacionales. Se ha recurrido a literatura revisada por pares, informes institucionales ─Ministerio de Sanidad, OMS─ y datos epidemiológicos recientes para contextualizar la conducta suicida en adolescentes6,7.
El análisis integra elementos del modelo biopsicosocial, la teoría del apego, el modelo de resiliencia y la teoría antifrágil de Taleb como marcos explicativos del aumento del malestar emocional y las conductas autolesivas en esta población8-11.
En las últimas décadas, la conducta suicida en la población infantojuvenil española ha aumentado de forma sostenida, constituyendo un grave problema de salud pública, especialmente en la población femenina12. Según el Instituto Nacional de Estadística (2022), el suicidio es ya la principal causa de muerte entre jóvenes de 15 a 29 años, superando a los accidentes de tráfico y otras causas externas13.
Entre menores de edad, el incremento de tentativas autolíticas ANS ha sido especialmente notable. Este aumento ha sido particularmente acusado en adolescentes mujeres: entre 2016 y 2021, las tentativas de suicidio en chicas de 12 a 18 años crecieron casi un 195%14.
Los datos recogidos por la Fundación ANAR (Ayuda a Niños y Adolescentes en Riesgo), una organización española que ofrece apoyo y orientación a menores en situaciones de riesgo, como malestar emocional y conductas suicidas, a través de servicios accesibles, como su teléfono de ayuda 24 horas, reflejan también esta tendencia. Los intentos de suicidio atendidos por esta organización aumentaron casi 26 veces en ese periodo, pasando de 35 casos en 2012 a 906 en 2022. Asimismo, los casos de ideación suicida crecieron en un factor similar, revelando una realidad persistente y en expansión. En total, ANAR asistió a 9637 menores con conductas suicidas en ese período, de los cuales un tercio ya había iniciado un intento de suicidio al momento de la intervención5.
En cuanto a las ANS, las hospitalizaciones por dichas autolesiones en jóvenes de 10 a 24 años se triplicaron entre 2000 y 2020, pasando de 1270 a 4048 casos, según datos del Ministerio de Sanidad13. Además, estudios en población comunitaria (2005-2019) estiman una prevalencia media del 28,9% en adolescentes, con un 7,5% que se autolesiona de forma reiterada15. La edad media de inicio de estas conductas suele situarse entre los 13 y 14 años, aunque algunos estudios indican que las primeras autolesiones pueden ocurrir alrededor de los 11 años16.
La conducta autolesiva y suicida en la adolescencia resulta de una compleja interacción entre factores individuales, familiares, sociales y contextuales. Estos elementos no actúan de forma aislada, sino que se entrelazan en un entramado dinámico, que puede verse exacerbado por estresores ambientales, especialmente en esta etapa vital caracterizada por la alta vulnerabilidad emocional y neurobiológica.
Los trastornos del estado de ánimo, los trastornos de ansiedad, los trastornos de la conducta alimentaria, el consumo de sustancias, la alta impulsividad y las dificultades significativas en la regulación emocional son considerados los principales factores de riesgo clínico asociados a la conducta suicida en adolescentes17,18.
No obstante, estudios recientes señalan que hasta un 50% de los adolescentes que presentan ANS no cumplen criterios diagnósticos para un trastorno mental formal, lo que indica la necesidad de una evaluación cuidadosa más allá del diagnóstico psiquiátrico19.
En el ámbito familiar, se han identificado múltiples factores de riesgo asociados a la conducta suicida y autolesiva, tales como conflictos parentales crónicos, negligencia, abuso físico, emocional o sexual, y estilos de crianza disfuncionales.
Destacan especialmente la invalidación emocional, la sobreprotección excesiva y la falta de apoyo afectivo, condiciones frecuentes en adolescentes con conductas autolesivas20,21.
A nivel social, el aislamiento interpersonal, el acoso escolar (bullying), la presión académica intensa y la carencia de un sentido de pertenencia son factores clave en la aparición y el mantenimiento de estas conductas22.
Las redes sociales desempeñan un papel relevante como amplificadores de la conducta autolesiva mediante el contagio emocional, el refuerzo conductual desde el entorno social y la idealización de estas conductas. Este fenómeno es especialmente notable en espacios digitales, donde el malestar se presenta de forma estéticamente atractiva o como símbolo de identidad grupal4.
La Atención Primaria (AP), como primer contacto con el sistema sanitario, es clave en la detección temprana y la intervención inicial de conductas autolesivas e ideación suicida en adolescentes. Los profesionales pediátricos y de medicina familiar deben estar capacitados para identificar signos de riesgo y brindar una respuesta empática, estructurada y coordinada con los servicios de salud mental.
El rol del pediatra en el abordaje de las ANS y la conducta suicida en la población infantojuvenil no se limita únicamente a su detección. Cuando la intervención se ejerce desde una postura empática, validante y basada en la evidencia, puede resultar decisiva para la prevención y el manejo del malestar emocional en la adolescencia23.
La intervención clínica en conductas autolesivas y suicidas debe adaptarse al nivel de riesgo, asegurando una respuesta escalonada que brinde el apoyo adecuado y minimice el daño potencial. La evaluación clínica del adolescente con malestar emocional debe iniciarse ante signos inespecíficos pero sugestivos de sufrimiento psíquico, como alteraciones del sueño, cambios en la alimentación, irritabilidad, deterioro escolar y variaciones en el comportamiento social.
Es fundamental realizar una anamnesis detallada que incluya eventos estresantes recientes, la dinámica familiar, el consumo de sustancias y antecedentes de autolesiones o ideación suicida. La evaluación debe ser integral, incorporando tanto la perspectiva del adolescente como la de su entorno cercano. Por ello, es importante recabar información de familiares, cuidadores o referentes escolares para comprender mejor el contexto psicosocial.
Asimismo, se recomienda identificar factores protectores ─como vínculos afectivos, actividades gratificantes, metas personales o la conexión con animales─ y explorar antecedentes de trauma, negligencia o acoso, así como la dinámica familiar, con el fin de determinar la necesidad de intervenciones psicosociales específicas.
En este nivel, el adolescente no presenta ideación suicida activa ni planificación concreta para un acto suicida, pero las conductas autolesivas o síntomas emocionales relevantes requieren atención. La intervención inicial puede desarrollarse en AP, con seguimiento regular para monitorear la evolución.
La actuación recomendada incluye:
El adolescente presenta pensamientos suicidas persistentes, pero sin una planificación concreta. Aunque el riesgo es inferior al de los casos con planificación activa, requiere atención urgente y una intervención estructurada. La coordinación estrecha con los recursos de salud mental y la monitorización continua del estado emocional son fundamentales.
La intervención debe incluir los pasos recomendados en casos de riesgo bajo, incorporando además las siguientes acciones:
Cuando el adolescente presenta una ideación suicida estructurada, un plan concreto o ha realizado un intento reciente, se considera un caso de alto riesgo que exige intervención inmediata. La prioridad es garantizar la seguridad, activar protocolos de urgencia y proporcionar atención especializada de forma rápida.
Las acciones recomendadas incluyen:
El pediatra no solo cumple una función clave en la detección de las ANS y la conducta suicida en adolescentes, sino que su intervención, si es empática, validante y basada en la evidencia, puede ser determinante en su prevención y abordaje24.
Es fundamental asegurar una coordinación efectiva y sostenida entre AP, Salud Mental, Servicios Sociales y el entorno educativo, estableciendo vínculos de colaboración sólidos. La continuidad asistencial y la asignación de un referente terapéutico estable resultan esenciales para garantizar una intervención eficaz frente a factores de riesgo.
Una comunicación adecuada y empática es fundamental en la evaluación y abordaje del malestar emocional en los adolescentes. Se recomienda utilizar preguntas abiertas, adaptadas a su edad y nivel de desarrollo, para fomentar un clima de confianza. Es clave explorar factores protectores (intereses, vínculos, metas) y posibles comorbilidades, así como recabar información del entorno cercano (familiares o cuidadores) para obtener una visión integral del caso.
En todos los niveles de riesgo, debe evitarse la minimización del sufrimiento emocional mediante frases invalidantes como “no tienes motivos para sentirte así”, que pueden intensificar sentimientos de incomprensión y aislamiento. Es preferible adoptar una actitud de escucha activa y sin juicios, especialmente ante expresiones de desesperanza o ideación suicida.
El seguimiento continuado refuerza la relación terapéutica y permite ajustar la intervención a lo largo del proceso de recuperación.
Como figura sanitaria de referencia, el pediatra desempeña un rol fundamental en la prevención primaria del malestar emocional en adolescentes. Se recomienda integrar la educación emocional y el fomento de la resiliencia en las consultas habituales, así como mantener una actitud proactiva ante signos precoces de sufrimiento psíquico (cambios de conducta, aislamiento, alteraciones del sueño o apetito).
La creciente prevalencia de conductas autolesivas y suicidas en la población adolescente constituye una de las principales preocupaciones de salud pública a nivel global. Los datos epidemiológicos analizados reflejan una clara tendencia al aumento del malestar emocional y de estas conductas, especialmente entre mujeres jóvenes18.
Aunque las ANS no implican un intento directo de acabar con la vida, deben considerarse un factor de riesgo significativo para la ideación suicida19. Es relevante destacar que un porcentaje importante de adolescentes que se autolesionan no presenta diagnósticos psiquiátricos formales, lo que subraya la necesidad de un enfoque clínico holístico que contemple factores psicosociales y emocionales21.
En este contexto, la AP se posiciona como puerta de entrada fundamental al sistema sanitario. Pediatras y profesionales de primer nivel, mediante una actitud empática y formación adecuada, pueden detectar precozmente signos de sufrimiento emocional y activar una intervención oportuna, evitando el agravamiento de la situación6.
El abordaje clínico debe sustentarse en el modelo biopsicosocial8, que no solo considera el tratamiento de la conducta, sino también los factores subyacentes. Promover la resiliencia, fortalecer vínculos afectivos, fomentar habilidades de afrontamiento y generar redes de apoyo son pilares fundamentales tanto para la prevención como para el tratamiento.
La intervención efectiva requiere una coordinación estrecha entre AP, Salud Mental, Servicios Sociales, escuelas y familias. Esta colaboración interinstitucional posibilita una respuesta integral, continua y adaptada a las necesidades del adolescente. Asimismo, la implicación familiar, la creación de entornos seguros y la restricción del acceso a medios letales son estrategias clave en la prevención del suicidio7.
Finalmente, la capacitación continua de los profesionales de AP y el acceso ágil a recursos especializados son esenciales para garantizar una atención eficaz. A largo plazo, es imprescindible fortalecer la investigación, la prevención y la intervención temprana para frenar esta problemática creciente y mejorar la salud mental de la población adolescente.
Los autores declaran no presentar conflictos de intereses en relación con la preparación y publicación de este artículo.
Contribución de los autores: búsqueda, selección y análisis crítico de la literatura, redacción inicial del manuscrito (MFL, JPV), revisión técnica y conceptual del texto, sugerencias sustanciales para su mejora: claridad, rigurosidad científica y relevancia clínica del contenido (MEC, BVG, RGL).
ANAR: Ayuda a Niños y Adolescentes en Riesgo · ANS: autolesión no suicida · AP: Atención Primaria.